"La voz del narrador", nuevo reto en el taller de Relatos Cortos de la Biblioteca impartido por Mariano Gimeno Machetti

Ilustración de Alejandra Acosta
Culpa
Nieves

El timbre le reclamó.  En la puerta el mensajero, sin palabras, le indicaba donde plantar su rúbrica y a la par le entregaba un pequeño paquete.
Rasgó los embalajes y sacó la urna. Su estomago fue atravesado por la impresión. El viaje a las islas se hacía necesario. El reencuentro con el caótico pasado.
Tiempo de cerrar agujeros negros y enfrentar lo que siempre había querido evadir.
Su mirada se paralizó en el espacio y evocó la carta...
 Estimado Toribio:
Sólo me queda suplicar a Dios y aceptar cualquier castigo excepto  repetir el de volver a separarme de ti.
Cuatro décadas atraviesan nuestra última conversación. Mis manos han tanteado tu dirección un par de veces, pero mi impulso se paraliza con un ir y venir de pensamientos en pugna. Dejando ganador al desistimiento.
A un par de peldaños del final de la escalera de mi vida. Mi otro yo, me zarandeó, solicitándome que te contacte.
El Altísimo conoce de mi pesada carga y sabiéndome  no perdonado por mis faltas, ni merecedor de este hábito por atentar contra la ejemplaridad y contra su sagrada palabra. Ambos comprendemos que no hay remedio para los hechos del pasado.
La confusión abanderó aquella época de nuestros hermanos y hermanas religiosas. La juventud de nuestros cuerpos, bajo aquella apariencia de inocencia truncadora de los verdaderos deseos, los cuales nos superaron igual a la misma represión.
El cierre del túnel que conectaba con las hermanas Teresianas, desplegó un período de calma y de retiro, de verdadera fe y el final de las bacanales de antaño.
Respeté y acepté tu decisión de salirte de la Orden tras el parto y la muerte de Sor Magdalena, tu hermana. Admiré tu osadía al lanzarte al mundo y matrimoniarte con una  mujer.
Eximo tu abandono, pero he de confesar, aún blasfemando que no he adorado nunca a nadie como a ti, ni siquiera al Todopoderoso.
De los turbulentos momentos, desfases pecaminosos  y concupiscentes encuentros con las Teresianas he desterrado todo vestigio.
En cambio, ya ni siquiera me flagelo cuando tu reflejo regresa a mi mente y me posees y mi cuerpo reacciona.
Aspiro a tu clemencia. Macabro fue el camino, cruel el desenlace, es el precio supongo, cuyo abono no debe recaer sobre el recién nacido del pecado, hijo mío, sangre de tu sangre y de la mía.
Ahora presiento la cercanía de los Mensajeros  para exigir el pago de mis faltas. Me han perseguido en este tiempo nuestros encuentros, mis malas acciones a los ojos del Redentor, y una agonía que me remuerde  por cruzar la línea de lo prohibido por la Iglesia y la razón y seguir mis latidos.
“¿Estás sorprendido?  ¿Tal vez te asuste desempolvar viejos fantasmas?...”
Espero hayas tenido buena travesía en este mundo. Yo siento mi equipaje mucho más ligero tras enviarte mis palabras. Ya puedo partir con el espíritu inundando de aire fresco, escuchando a Vivaldi y tu foto en mi recuerdo.
Que nuestro señor te proteja.
PD: La fortuna que recibí de mi familia y los bienes del tío Alfredo, los he dejado en testamento a mi hijo, tu sobrino…

Eternamente tuyo.
Bernardo.



Obra de Alyssa Monks


El azar de las edades
Zaya

Querido Héctor:

Esta semana se ha acercado a mí el azar, guiñándome el ojo para preguntarme si me importaba su edad. Yo, con una mirada de curiosidad le contesté que no. Nada nos pertenece si es, o será, pues ya fue con sólo su presencia. En las arrugas paralelas de su frente leí renglones seguidos con la palabra generosidad y, en las demás, se narraba su pasado imborrable. La justicia siempre errará en el veredicto cuando se trata de juzgar la incertidumbre, pues ante las leyes de los hombres, hay deseos por los que serás siempre culpable.
Las raíces del silencio son más profundas que las palabras: susurros inciertos viajaban a la velocidad de la luz, en tanto los aromas de pie abrazaban la distancia. “¿Cómo puedes saber si cuando tocas las espalda de alguien con tu mirada, se le está hechizando la piel?”, pensé.
Nubes juguetonas enjauladas más allá de las rejas de mis pestañas. Arcoíris invertidos llenando el cielo de sonrisas. Lejos del paraíso terrenal, el pecado queda suspendido en el aire. Oí a alguien decir su nombre y a mí me sonó a libertad. A través de la ventana donde se proyectaba su silueta, sus canas plateadas dibujaban una estela de verdades sobre el mar de la noche.
Amigo, te escribiré de nuevo si me vuelvo a encontrar con el azar. La gratitud anónima es un latido que se desabrocha la camisa. Quizás me encuentre otra vez con su espalda y en vez de posar mis ojos, sea yo quien reciba las hojas acróbatas de su otoño. Desde que vi su sonrisa me ha llegado la inspiración en fracciones de tiempo. Me pregunto qué edad tienen los encuentros, cuando la soledad se asemeja a la edad del sol lamiendo con sus lenguas de fuego sus propias heridas.
La locura de la fantasía es una carta ondeando en el mástil de la aventura. Nadie puede arrestarla, ni ser pirateada. Viaja libre entre orillas de mentes. Sé que me entiendes cada vez que compartimos muchos de nuestros estados de riesgo.

Esperaré tu visión desapegada de mi encuentro con el azar de las edades.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Magnífico relato de Zaya, caz del molino.

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