No dejen de conocer a "Doña Alicia" un personaje creado en el taller de escritura de la Biblioteca
DOÑA
ALICIA
La primera vez que vi a
Doña Alicia estaba peleándose a muerte con el ordenador nuevo que acababan de
instalarle para la gestión de la receta electrónica. Su melenita castaña estaba
alborotada y un rictus le fruncía los labios mientras decía que aquello de la
informática no era lo suyo.
Doña Alicia es
miope. O se hace. No te dejes engañar por sus sempiternas gafas
y date cuenta de cómo sus ojos te taladran mientras pides en voz una octava mas
baja de lo que corresponde una crema para las hemorroides.
Ella te escucha pedir un almax y sabe qué te retuerce
el estomago. Un jarabe para la tos y
adivina qué tienes atragantado. Un
trankimazin y ve tus pesadillas. Y un colirio y acierta lo que no quieren ver tus ojos.
Pero lo que mas le
gusta es su rebotica. Allí prepara las
escasas fórmulas magistrales que aún le
piden el puñado de médicos nostálgicos objetores de las Bayer y compañía. Y de allí también salen sus tarritos rosados
para el cutis, sus ungüentos para los dolores y sus bolsitas de tisana para los
nervios y la digestión.
Doña Alicia quisiera
acabar con los males de este mundo: el egoísmo, la pobreza, la hipocresía y la
guerra. Desearía que los seres humanos
fueran felices y ha hecho de su contribución a esa tarea el sentido de su vida.
De modo que a veces,
sólo a veces, y jamás y nunca si se lo pides, ella te entrega tu cajita de
ibuprofeno y una bolsita con su selección de hierbas “las pruebas y me dices
que tal”. Y cuando vuelves, con el dolor de vivir aliviado y le preguntas por
lo que te dio, se atusa la melena con aire distraído “no era nada, manzanilla,
reinaluisa, que se yo… ya no me queda”.
Y hay quien llegó
moreteada y le vio envolver el trombocid
con parsimonia y añadir una muestra de su crema rosada “para esa piel
tan seca, hay que cuidarse” y fue
aplicársela y venirse arriba y atreverse a sentir y a vivir
con derechos y sin permisos, y botar la basura, del armario, de la
cabeza y… de la casa .
Si le insisten, o si
vienen de fuera a preguntarle, ella queda en silencio unos segundos, el ceño en armas y la voz de hielo
“tonterías, las cremas tienen aloe vera,
vitamina E y agua de rosas, no se de qué me hablas”.
La cosa es que uno
llega con su receta del seguro por delante y su mochila de penas por detrás .Y
algunas veces te vas con el
antihistamínico del alergólogo y con el remedio de Doña Alicia para que lo malo
sea menos malo.
Así que,
desde luego, yo que he sido cliente suya desde hace años, estoy totalmente convencida de que Doña
Alicia es inocente. Yo estaba allí la tarde que acudió aquella
señora tan tiesa y le anunció que iba a poner una farmacia en la calle de abajo.
Que muriera de pronto al día
siguiente, así es la vida, que no avisa. Doña Alicia fue amable como
siempre, le invitó a la rebotica y se
tomaron un te. Las dos el mismo, señor fiscal,
desde el mostrador se ve todo, se lo juro.
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Ernest Descals |
Maite
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