Una misma historia escrita en dos estilos diferentes para el taller de relatos cortos de la Biblioteca de Tabaiba
UFF
(Lali)
No has sentido alguna vez, esa
sensación de ganas de mandarlo todo al carajo, le decía Inés a Patricia
mientras tomaban café en la terraza. Si esa de, ahí te quedas pedazo de gordo ,
pesado , prepotente , enchufado a tu televisor, contestó Patricia, se refería a
su Juan por su puesto, era su marido que parecía un Papa Noel todo el año, las
dos rieron a carcajadas, mientras seguían cuchicheando de sus respectivos,
pobrecito, le decía yo, pobre contestaba ella, pobre yo que le aguantó todos
los días sus ronquidos en el sillón, parece una trompeta desafinada por
momentos y otras como si dijesen eso de , barreno y fuego . Harta, harta me
tiene y tú qué tal, preguntó. Inés la miró con ojos de buho y dijo yo, bien.
Adoro mi vida, esos días de paz y tranquilidad, donde los pajaritos cantan y
las nubes se levantan, es todo un honor ser la señora de tan ilustre caballero,
el señor perfecto, trabajador, atento, maravilloso, me tiene como una reina,
fíjate que estoy pensando en comprarme un viaje de ida a Acapulco, sólo para
dejarlo descansar, siempre esta tan cansado. El pobre,
contestó Inés, pobre, el
muy prepotente, egocéntrico, egoísta y borracho, que se pega el día en el bar y
luego dice que está cansado de trabajar, mal rayo le parta. Creo que por
momentos se cree el rey del mambo y sólo es un mindundi, no lo aguantó más,
estoy pensando en irme tan lejos, tan lejos, que nunca me encuentre, por
ejemplo a Acapulco .... Jajaja, chacha, chacha, frena, ahora en serio ¿qué tal
todo? Inés y Patricia eran muy cachondas,
les gustaba crear historias ficticias desde que eran niñas y cada vez que se
encontraban montaban una, nada que ver con sus vidas, por supuesto, las dos
vivían muy bien con sus parejas, felices y enamoradas. Terminaron de tomar los
cafés y se despidieron como cada mañana, mientras cada una acudía a sus
respectivos trabajos .
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Fotografía de Jana Romanova |
UFF
(Nani)
-¿No has sentido alguna vez esa sensación irreprimible de
mandarlo todo a paseo con un simple gesto de varita mágica?- le había preguntado Inés, que con expresión
soñadora, seguía dándole vueltas a la cucharilla en su taza de café.
Habían elegido esa terraza al aire libre, en la plaza de la Catedral porque estaba
bastante transitada y siempre era agradable ver pasar a la gente. En la plaza,
antaño, hubo una Tómbola con sus garitas rojas cargadas de premios, y el suelo
cubierto de papeletas abiertas, cada una con una decepción abandonada. Cerca,
unos jardines frondoso y con aroma a azahar mantenían la verja abierta. En
nuestros días, había una fuente grande
con una estatua representando a Neptuno yacente, corona y tridente incluido, y una docena de
peces erguidos situados en todo el perímetro de la fuente, que soltaban su
chorro de agua sin descanso. Sumaba, pues al compás, la sinfonía del agua y el
suave viento que soplaba aquella mañana. Apetecía ser una hoja arrastrada por
la brisa.
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Fot. Laura Stevens |
-Sí, ya sé a qué te refieres, -contesto Patricia.- A mí, a
veces, me encantaría que se me soltara la lengua. Me dirigiría a mi marido y le
espetaría a bocajarro y sin contemplaciones cuánto se me ocurriera. Si
estuviera de mal humor, le diría sin temblarme las pestañas: “Ahí te quedas, cacho
animal, pedazo de gordo, pesado insufrible, prepotente engreído. Te dejo
conectado a tu televisor, dirigiendo la orquesta con el mando a distancia.
Adiós Papá Noel”
Y saldría de su vista con un sonoro portazo.
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