En el taller de escritura de Relatos Cortos de la Biblioteca, practicamos con poner el final en el principio
PSIQUIÁTRICO
(Aurelia)
Cerré los ojos.
Mi cuerpo descansó en el banco
del patio, el atardecer venía imperioso a mi encuentro. Mientras, los demás
locos jugaban ajenos a lo que había sucedido aquel domingo. Mi maldita mente,
tan desordenada como siempre, me traía una y mil veces la conversación que
mantuvimos los 4 jinetes del Apocalipsis de la quinta planta, yo era el cuarto y no en discordia.
Un psiquiatra, un poeta, un heroinómano y yo, Horacio, un periodista que había
fracasado en todo menos en la columna
deportiva que escribía los domingos. Allí estábamos, condenados de por vida a
un encierro y olvido del que sabíamos que sólo la muerte vendría a rescatarnos.
Como cada domingo, después del desayuno nos reuníamos en una pequeña sala a las
11, el ritual era siempre el mismo, había que formular la pregunta desacertada,
era mi turno. “¿Estar loco o cuerdo?”, un silencio sobrecogedor invadió la
estancia…
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Fotografía de Julie de Waroquier |
Prefiero zambullirme en una ola púrpura, surcar mis
estados mentales cual capitán que lleva su barco a la deriva. Mi poesía salvará a mi alma, y
un día me iré en el atardecer más inesperado, pero feliz porque he engendrado
belleza en el subconsciente colectivo. Estoy loco y lo reivindico.
Desde mi esquizofrenia
hebefrénica, ya sabéis que en ella
predominan las alteraciones en las emociones. Y que son características las
manifestaciones de lo que se denomina “incongruencia emocional” en las que, por
ejemplo, el paciente se ríe sin motivo aparente. Su comienzo es más precoz que
la esquizofrenia común y más grave. No puedo evitar emitir mi propio
diagnóstico, os digo que mi caso es crónico e irreversible.
Quisiera disolver un gramo de heroína en un poco de
agua y limón, preparar la mezcla. El filtro y la jeringa harán el resto. Sentir
el pinchazo que pellizca mi vena y ver cómo se hincha al notar que la droga
entra en mi torrente sanguíneo poco a poco. Las gotas que resbalan por mi
brazo, el olor a sangre y mis abscesos son la prueba de mi “chute”. Siento
dolor. Tumbado, mi orina ha
creado un enorme charco nauseabundo. Nunca estuve loco.
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Fotografía de Laura Ponce |
Soy un demente y lo único que hago al anochecer es dejar caer mi cuerpo en la cama. Siempre
observo el trajín de la enfermera que trae la medicación en una bandeja rota y
sucia. La deposita en mi mesilla. Luego vendrá la cena, la comida insípida a las 8 en punto. Releo el periódico
donde trabajé, la tele me aburre. Mañana será el mismo día. No quiero
recuperarme.
A las 5:30 de
aquella misma tarde, nos comunicaron la muerte del poeta. Según algunos
testigos, Javier, había accedido a la azotea del edificio sin ser visto,
lanzándose al vacío. Debajo de su cuerpo destrozado por el impacto
encontraron lleno de sangre y vísceras
un poema: “La frialdad de mi muerte contrastará con el canto de los pájaros que
volarán libres sobre mi cabeza”.
¿Había
precipitado su suicidio mi absurda pregunta? Nunca lo sabré. ¿Quién sería el
próximo?
Cerré los ojos y mi cuerpo descansó en el banco del
patio…
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Fotografía de Peter Lindbergh |
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