Desentrañar la historia que esconde la fotografía: nuevo reto en el taller de Relatos Cortos de la Biblioteca (II)

fot. Mariano Gimeno Machetti
Mi madre y otras partículas

Mi madre era física cuántica. En su laboratorio medía la velocidad de partículas esquivas  de preciosos nombres y las amaestraba con aceleradores, colisionadores y detectores. Entre neutrinos , leptones y quarks se ocupaba distraidamente de mí y en vez de cuentos, por la noche me explicaba  que el tiempo y el espacio en realidad no existen y que pronto se descubriría la máquina de teletransportación  y nos materializaríamos en un instante en cualquier sitio y época.

Ella me contaba una historia diferente cada vez que le preguntaba por su familia. Que era adoptada. Que todos los suyos murieron en un incendio mientras celebraban su bautizo y ella se salvó porque estaba a la sombra en el jardín, dormida en su coche. Que  era la hija bastarda de una mujer importante de la realeza y la habían educado las Ursulinas Esclavas de la Misericordia. Que fue una niña probeta de donantes anónimos. Que fue raptada por feriantes que iban en carromatos. No. Por militares de un régimen dictatorial. No.  Por una mujer estéril que la tuvo escondida hasta que la liberó la policía. Que era una extraterrestre en una misión a la que habían olvidado recoger… Cada vez una cosa y nunca dos veces la misma, hasta que me ponía a llorar y entonces me dejaba  dormir con ella y me cantaba canciones en un idioma gutural que me calmaba.  Si le preguntaba por mi padre, en cambio, se volvía invisible, opaca, se escondía en una especie de niebla de la que emergía  después, transformada y alegre, “tú no tienes padre, naciste sólo de mí, como Eva de la costilla de Adán”. Y yo la odiaba y odiaba mi nombre, Eva, y odiaba a las niñas del colegio cuyos padres altos y guapos les esperaban a la salida , les hacían girar en volanda entre sus brazos y  las llevaban a casa cargando sus pesadas mochilas.

El día después de cumplir 18 años mi madre desapareció. La policía, que al principio barajó la idea de un suicidio, concluyó  que había sido un accidente. Yo sé que sigue viva.  Salió a ver el amanecer con su cámara de fotos, su cuaderno de notas y su termo de té.  Extendió una manta en lo alto del risco y allí  encontraron todo menos a ella, pensaron que había resbalado y había caído al mar. Pero nunca hallaron su cuerpo.   La noche anterior habíamos peleado a cuenta de mis preguntas sin respuesta y pareció ceder, me dijo:” sí, eres mayor de edad,  tienes razón, mañana te cuento todo”.   Y me dio las claves de una cuenta corriente a mi nombre, :“  para que puedas tener tus propias historias, todas las que quieras y sueñes”, y me pidió que esa noche, después de tantos años, durmiera con ella.


En mi cumpleaños siguiente recibí por mensajero, sin remite, un sobre azul.  En el interior estaba una foto antigua en blanco y negro.  Mi familia. Quince personas . Ocho mujeres y siete hombres.  .  He mandado hacer ampliaciones de todos,  me los sé de memoria, podría dibujarles. Les he puesto nombre, historia, parentesco, aunque a veces se los cambio, por ejemplo, decido que mi  padre es el rubiales del hoyito en la barbilla, pero a veces es el de la pajarita, que parece más listo y más fuerte.  O les tomo virulentas manías, como a la abuela del collar de perlas que agarra el monedero y adelanta el pie izquierdo o al del centro, de traje claro y mirada bovina.  Pienso mucho en las niñas.  La de la izquierda me recuerda tanto a mí,  de pie, sin apoyarse, sin sonreir, mirando.  Quizás sea otra broma de mi madre, en qué mercado de pulgas habrá conseguido la foto… dónde se habrá escondido para no contarme o contarse sus secretos… O a lo mejor lo logró,  la máquina de teletransportación, y  se dio un paseo por el tiempo que  no existe y desde allí me manda un guiño, y  quizás pueda reunirme con ella en cuanto descifre ,además de mi nombre bien legible, el mensaje en el papel que sostiene el abuelo.


Maite 



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
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